El análisis de la harina y el arroz revela altos niveles de toxinas fúngicas nocivas
André Borges/Agência Brasil
Al analizar muestras de harina y arroz almacenadas en hogares de Ribeirão Preto, en el interior del estado de São Paulo (Brasil), investigadores de la Universidad de São Paulo (USP) descubrieron la presencia de altos niveles de toxinas fúngicas (micotoxinas). Los resultados del estudio, financiado por la FAPESP, se publicaron en la revista Food Research International.
Como señalan los autores, la exposición dietética a las micotoxinas puede desencadenar una serie de problemas de salud, especialmente en niños y adolescentes. Por ello, los datos refuerzan la importancia de almacenar alimentos como granos y harinas en lugares secos y protegerlos de los insectos para evitar el riesgo de contaminación.
"Hay más de 400 toxinas que los hongos producen para defenderse o interactuar con otros organismos. Seis de estas sustancias, que llamamos las superpoderosas, requieren más atención porque son cancerígenas, inmunosupresoras o actúan como disruptores endocrinos[provocan cambios en el equilibrio hormonal del organismo]. Es algo que requiere mucha atención por sus efectos nocivos para la salud", afirma Carlos Augusto Fernandes de Oliveira, profesor de la Facultad de Zootecnia e Ingeniería de los Alimentos (FZEA-USP), en el campus de Pirassununga, y coordinador del estudio.
Las seis toxinas preocupantes se encontraron en todas las muestras de alimentos analizadas: aflatoxinas (AF), fumonisinas (FB), zearalenona (ZEN), toxina T-2, deoxinivalenol (DON) y ocratoxina A (OTA). En el caso de las micotoxinas FBs, ZEN y DON, los niveles estaban por encima del límite de tolerancia establecido por las autoridades sanitarias. Este estudio fue el primero en Brasil en utilizar biomarcadores para caracterizar el riesgo asociado a las micotoxinas en la dieta de niños y adolescentes.
La investigación encontró las seis micotoxinas preocupantes en todas las muestras de alimentos analizadas - tales sustancias requieren más atención porque son cancerígenas, inmunosupresoras o actúan como disruptores endocrinos(imagen: colección de los investigadores)
Oliveira explica que la aflatoxina B1, descubierta en los años 60, es el carcinógeno natural más potente que se conoce. La sustancia daña el ADN de los animales, provocando mutaciones genéticas que pueden conducir al desarrollo de un carcinoma hepático. También tiene otros efectos, como inmunosupresión, problemas reproductivos y teratogénesis (cuando las mujeres embarazadas o lactantes transfieren las toxinas al embrión, el feto o el niño, causando problemas de salud).
"No hay ninguna sustancia conocida por el hombre en la naturaleza que tenga el poder cancerígeno de esta micotoxina, sólo raras excepciones creadas en el laboratorio, como las dioxinas", afirma el investigador.
El deoxinivalenol, que se encontró en altos niveles en las muestras analizadas, aunque no es cancerígeno, puede disminuir la inmunidad de las personas contaminadas. "También tiene efectos sobre el sistema gastrointestinal. En los animales, por ejemplo, causa tanta irritación que regurgitan. Por eso se la suele llamar vomitoxina", explica.
La fumonisina B1 se considera un posible carcinógeno humano y puede causar cáncer de esófago y otros problemas hepatotóxicos, al igual que la ocratoxina A, otro posible carcinógeno. La zearalenona, encontrada en altos niveles en las muestras de alimentos analizadas, tiene una estructura idéntica a la de la hormona femenina estrógeno y puede causar problemas asociados con el exceso de estrógeno en el cuerpo (hiperestrogenismo).
"Así que son toxinas con graves consecuencias. A diferencia del plomo u otros contaminantes químicos como el bisfenol[presente en algunos plásticos], estas micotoxinas no son acumulativas. Sin embargo, sí tienen un efecto progresivo. Esto significa, por ejemplo, que con la exposición a moléculas B1, en algún momento ya no será posible reparar el ADN dañado por la micotoxina. Es entonces cuando puede desarrollarse el cáncer. Por eso nos preocupan los niños y los adolescentes, que suelen ser más sensibles a las toxinas en general", afirma.
Los análisis se realizaron mediante cromatografía líquida de ultra alta resolución acoplada a espectrometría de masas en tándem (UPLC-MS/MS, un método que permite distinguir las distintas sustancias de una mezcla en función de su peso molecular). Las 230 muestras de alimentos analizadas estaban disponibles para el consumo en los hogares de 67 niños, entre ellos 21 preescolares (de 3 a 6 años), 15 escolares (de 7 a 10 años) y 31 adolescentes (de 11 a 17 años).
El grupo está llevando a cabo una segunda fase de trabajo para seguir determinando el nivel de contaminación. Se han recogido muestras de orina de niños y adolescentes, y los investigadores están analizando los resultados.
"Analizando los biomarcadores que se encuentran en la orina, es posible evaluar la exposición a las micotoxinas, ya que la excreción de biomarcadores se correlaciona bien con la ingestión de algunas micotoxinas. Esto nos permitirá anticipar los posibles efectos de la contaminación", explicó Oliveira.
Nota: Este artículo ha sido traducido utilizando un sistema informático sin intervención humana. LUMITOS ofrece estas traducciones automáticas para presentar una gama más amplia de noticias de actualidad. Como este artículo ha sido traducido con traducción automática, es posible que contenga errores de vocabulario, sintaxis o gramática. El artículo original en Inglés se puede encontrar aquí.
Publicación original
Sher Ali, Bruna Battaglini Franco, Vanessa Theodoro Rezende, Lucas Gabriel Dionisio Freire, Esther Lima de Paiva, Maria Clara Fogacio Haikal, Eloiza Leme Guerra, Roice Eliana Rosim, Fernando Gustavo Tonin, Ivan Savioli Ferraz, Luiz Antonio Del Ciampo, Carlos Augusto Fernandes de Oliveira; "Exposure assessment of children to dietary mycotoxins: A pilot study conducted in Ribeirão Preto, São Paulo, Brazil"; Food Research International, Volume 180